Verdaderamente un Papa muy argentino.
El lunes 21 de abril se dio a conocer el lamentable fallecimiento del Papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano, a los 88 años. Siempre fiel a sus raíces argentinas, Jorge Mario Bergoglio mantuvo, incluso desde el Vaticano, una dieta sencilla, cargada de recuerdos y sabor a hogar.
Su platillo preferido eran los ñoquis caseros, especialmente de papa, con salsa de tomate o pesto. Aunque es un clásico de la cocina italiana, este plato ha sido adoptado con cariño en la gastronomía argentina. En Buenos Aires, los ñoquis representan algo más que comida: simboliza lo familiar, lo cotidiano. No sorprende su preferencia, considerando que sus padres eran italianos.
Un dato curioso: cada 29 del mes es tradición en Argentina comer ñoquis y colocar un billete debajo del plato como símbolo de buenos deseos económicos.
¿Qué más disfrutaba comer el Papa Francisco?
En sus últimas apariciones públicas, tras haber estado hospitalizado en el Sanatorio Gemelli, el Papa retomó su dieta habitual: platos caseros, sencillos y con un fuerte componente afectivo.
Uno de sus favoritos era la bagna cauda, una preparación típica del Piamonte (región de origen de muchas familias inmigrantes italianas en Argentina) hecha con ajo, anchoas y crema. Esta salsa caliente se sirve como fondue, acompañada de vegetales crudos o cocidos.
Tampoco podían faltar las clásicas empanadas argentinas. Ya fueran de carne cortada a cuchillo, jamón y queso, humita o pollo, para el Papa evocaban celebraciones, reuniones y afecto. Durante su época como arzobispo de Buenos Aires, solía compartirlas con los fieles o recibirlas como regalo en su oficina.
La pizza era otro de sus placeres sencillos. Pero no cualquier pizza: su predilección era por la de mozzarella, sin adornos ni ingredientes extra. En una entrevista, comentó que lo que más extrañaba en sus años de seminario era caminar por la calle y comer una porción de pizza.
Y, por supuesto, la carne argentina, célebre en todo el mundo, tenía un lugar especial en su corazón. Disfrutaba de un buen asado, aunque en el Vaticano su alimentación era mucho más moderada.
Para los momentos dulces, no había delicia que lo conmoviera más que el dulce de leche y los alfajores, galletas rellenas que pueden estar espolvoreadas con azúcar impalpable o cubiertas de chocolate. Todo, por supuesto, acompañado por un infaltable mate.
Durante su papado, estos platos no solo representaban alimento, sino también una conexión con lo esencial: la familia, los recuerdos y la tierra que lo vio crecer. Porque a veces, el mejor consuelo para el alma también se sirve en plato hondo.